Capítulo 6: El camino al destierro de Lin Chong

Categoría: Aventura Autor: Admin Palabras: 2955 Actualizado: 25/05/01 22:14:02
Desde aquel incidente, Lin Chong comenzó a visitar diariamente a Lu Zhishen para beber juntos, y pronto dejó de pensar en lo ocurrido. Un día, salieron ambos a pasear por la ciudad y se toparon con un fornido hombre que vendía cuchillos, murmurando para sí:

–Qué lástima que nadie reconozca el valor de este tesoro de hoja.

Al principio, no le prestaron atención, pero el hombre exclamó de nuevo:

–¡En toda esta enorme ciudad de Dongjing, no hay nadie que entienda de armas!

Al oír esto, Lin Chong sintió curiosidad por el arma y le dijo:

–¡Muéstramela, quiero echarle un vistazo!

El vendedor le pasó el cuchillo. Lin Chong lo examinó con detenimiento; en efecto, era una pieza excelente. Entonces le preguntó:

–¿Cuánto pides por ella?

–Dos mil monedas de cobre –respondió el hombre.

–La hoja es buena –replicó Lin Chong–, pero si la dejas en mil, te la compro ahora mismo.

–Está bien –asintió el vendedor–. Me urge el dinero, mil sean.

Lin Chong se despidió de Lu Zhishen y llevó al vendedor a su casa para entregarle el dinero. Entonces le preguntó:

–¿De dónde proviene esta hoja?

–Es una reliquia familiar –contestó el hombre.

–¿Y quién era tu antepasado? –insistió Lin Chong.

–No me atrevo a decirlo –respondió con evasivas–, temo deshonrar su nombre.

Lin Chong no insistió más, pero pensó para sus adentros: “El Gran Inspector Gao también tiene una buena hoja, que nunca deja ver a nadie. Intenté pedírsela prestada varias veces y jamás accedió. Ahora que tengo esta, tal vez un día pueda compararlas”.

Al día siguiente, dos oficiales subalternos llegaron a informar:

–Maestro Lin, el Inspector Gao ha oído que compraste una hoja extraordinaria. Quiere que se la muestres.

Lin Chong se sorprendió: “¡Qué rápido se entera de todo este hombre!” Aun así, los siguió hasta la residencia del Inspector. Al llegar a un gran salón, los subalternos dijeron:

–Maestro Lin, espere aquí. Vamos a anunciar su llegada.

Dicho esto, entraron, pero pasó largo rato sin que volvieran. Lin Chong empezó a sospechar. Asomó la cabeza y leyó sobre el dintel del salón cuatro grandes caracteres: Sala del Tigre Blanco. Se sobresaltó.

–¡La Sala del Tigre Blanco! ¡Este lugar es donde se tratan asuntos militares del Estado! ¿Cómo pude entrar tan a la ligera?

Estaba a punto de marcharse cuando oyó pasos. El propio Inspector Gao salió del interior y le gritó con voz atronadora:

–¡Insolente Lin Chong! ¿Quién te convocó? ¿Cómo osas irrumpir en esta sala con un cuchillo encima? ¿Pretendes asesinarme? ¡Me han informado que llevas varios días merodeando por la entrada de mi mansión con un arma!

Lin Chong se apresuró a defenderse:

–Fueron dos subalternos quienes me convocaron y me pidieron que trajera la hoja.

–¿Qué subalternos? –replicó Gao–. ¡Aquí no ha entrado nadie! ¿Quién se atrevería a cruzar esta sala sin mi autorización? ¡Deja de inventar! ¡Guardias, apresadlo!

Apenas terminó de hablar, más de veinte soldados salieron del cuarto contiguo, lo inmovilizaron y ataron de inmediato. Fue entonces cuando Lin Chong comprendió que había caído en una trampa, que todo –incluso la venta de la hoja– había sido planeado con antelación.

Por orden de Gao, fue trasladado a la Corte de Kaifeng, donde además le confiscaron el cuchillo.

El magistrado Teng interrogó a Lin Chong sobre su supuesta intrusión armada en la Sala del Tigre Blanco. Lin Chong, profundamente indignado, relató detalladamente todo lo sucedido. Teng, aunque sabía que Lin Chong era inocente, temía la influencia de Gao Qiu y lo envió directamente a prisión.

Uno de sus subordinados, Sun Ding –apodado “el Buda Sun” por su integridad y sentido de la justicia–, fue a verlo y le dijo:

–El Inspector Gao, abusando de su posición, hace lo que quiere. ¡Si alguien lo ofende, lo trae aquí para matarlo sin juicio ni razón! ¿Dónde queda la justicia?

–¿Y tú qué propones? –preguntó el magistrado.

–Según las declaraciones de Lin Chong, está claro que ha sido incriminado. Sería una injusticia ejecutarlo. Lo mejor sería azotarlo con veinte varazos y enviarlo al exilio a Cangzhou.

El magistrado asintió y comunicó la decisión a Gao Qiu, quien, al no tener cómo refutar los hechos, tuvo que aceptarla.

Al día siguiente, Lin Chong fue azotado y marcado en la cara. Luego, dos agentes lo escoltaron rumbo al exilio en Cangzhou. Antes de partir, su suegro, el maestro Zhang, y los vecinos vinieron a despedirse.

Lin Chong le tomó la mano al anciano y le dijo:

–Agradezco profundamente todo lo que ha hecho por mí, padre. Ya han pasado tres años desde que me casó con su hija. Aunque no hemos tenido hijos, vivimos en armonía. Ahora que he caído en desgracia y mi destino es incierto, no quiero arrastrar a su hija conmigo. Por eso he decidido escribir una carta de repudio, para que pueda casarse de nuevo.

–¿Qué estás diciendo, yerno? –replicó Zhang–. Sé bien que eres inocente. Marcha tranquilo, yo cuidaré de ella hasta que regreses.

–Si no me permite escribirla, ni siquiera si regreso volveré a verla –insistió Lin Chong.

El anciano, sin otra opción, mandó traer papel y tinta. Lin Chong dictó la carta, que fue redactada por otro.

Justo entonces, su esposa llegó llorando. Lin Chong le habló con ternura:

–Querida mía, ya lo he hablado con tu padre. No sé si viviré o moriré en el camino. No quiero que desperdicies tu juventud esperando en vano. Ya he escrito la carta de repudio. No me esperes, si aparece un buen hombre, cásate.

Ella rompió en llanto:

–He sido siempre una esposa fiel. ¿Por qué me abandonas así?

Las mujeres del vecindario acudieron a consolarla y se la llevaron.

El maestro Zhang le dijo a Lin Chong:

–No te preocupes, cuidaré de tu familia. Regresa cuando puedas.

Lin Chong se despidió de todos con respeto y partió escoltado por los dos agentes: Dong Chao y Xue Ba.

Antes de marchar, Gao Qiu había dado instrucciones secretas a su lacayo Lu Qian, quien sobornó a los agentes con diez taeles de oro para que asesinaran a Lin Chong durante el trayecto. Ambos, temerosos del poder de Gao y codiciosos del dinero, aceptaron sin dudarlo.

Como Lin Chong acababa de ser azotado, las heridas en su espalda supuraban bajo el calor sofocante, lo que le impedía caminar deprisa. Los agentes lo reprendían:

–¡Vaya castigo! ¡Tenemos que caminar más de mil kilómetros hasta Cangzhou! ¿Cuándo llegaremos a este paso? ¡Qué mala suerte con este condenado!

Por la noche, se hospedaron en una posada. Los agentes hicieron que Lin Chong bebiera hasta emborracharse. Luego, Xue Ba hirvió una olla de agua y dijo:

–Maestro Lin, antes de dormir, lávese los pies.

Como Lin Chong llevaba grilletes, no podía agacharse. Xue Ba ofreció ayudarlo, pero al sumergirle los pies en el agua hirviendo, Lin Chong gritó de dolor. Al retirar los pies, estaban cubiertos de ampollas. Xue Ba lo insultó:

–¡Encima te quejas! ¡Uno trata de ayudarte y así lo pagas!

Al día siguiente, Dong Chao le dio unas sandalias nuevas, cuando lo lógico habría sido usar unas viejas, ya que las nuevas le rompieron las ampollas y le causaron heridas sangrantes. Sin fuerzas para continuar, los agentes lo golpeaban para obligarlo a caminar.

Pronto llegaron a un bosque tenebroso cubierto de niebla, conocido como Bosque del Jabalí. Xue Ba dijo:

–Estoy agotado. Descansemos aquí.

Lin Chong se recostó contra un árbol y se quedó dormido. Al momento, lo despertaron.

–Queremos dormir también –dijeron–, pero si no te atamos, no podremos descansar tranquilos.

–Aunque sea un condenado –respondió Lin Chong–, sigo siendo un hombre de honor. No escaparía.

–¡Tus palabras no valen nada! –respondieron, y lo ataron a un árbol.

Acto seguido, se apartaron unos pasos, empuñaron sus garrotes y se volvieron hacia él.

–Perdónanos, Maestro Lin, cumplimos órdenes del Inspector Gao. Hemos venido a matarte.

Lin Chong rompió a llorar:

–Nunca les he hecho daño. Si tienen compasión y me perdonan, lo agradeceré toda mi vida.

Pero no lo escucharon. Xue Ba levantó el garrote, cuando de repente un estruendo surgió tras un pino. Una vara de monje voló por los aires y le arrebató el arma. Apareció un monje corpulento, gritando:

–¡Aquí los estaba esperando!

Era Lu Zhishen. Blandiendo su bastón, se lanzó contra ellos.

–¡Alto, hermano! ¡Tengo algo que decir! –gritó Lin Chong.

Lu Zhishen se detuvo. Lin Chong explicó:

–Estos hombres solo obedecen órdenes. El verdadero culpable es Gao Qiu. No los mates.

Lu Zhishen cortó las cuerdas que lo ataban y lo ayudó a levantarse.

–Desde que supe de tu condena, no pude quedarme tranquilo. Sospeché de esos dos y los seguí. ¡Y tenía razón!

–Si ya me has salvado –dijo Lin Chong–, déjalos vivir.

Lu Zhishen aceptó, pero les advirtió durante el camino. Los agentes, atemorizados, obedecían sin rechistar. Entre ellos murmuraban cómo explicarían la situación al regresar.

–Dicen que en el monasterio de Xiangguo hay un nuevo monje llamado Lu Zhishen. Debe ser él –comentó Xue Ba–. Diremos la verdad, que fue él quien arruinó el plan.

Ya cerca de Cangzhou, Lu Zhishen dijo:

–Más adelante hay pueblos y casas. Es seguro. Ya no pueden hacerte daño. Es hora de que me despida.

–No tengo palabras para agradecerte –dijo Lin Chong.

Lu Zhishen le entregó dinero y también a los agentes:

–Los perdono por él. Pero si se atreven a algo más, ¡les partiré la cabeza como esta pino!

De un solo golpe, derribó un árbol. Los agentes, pálidos, no dijeron ni una palabra.

Tras despedirse, los tres llegaron a una posada. Allí, Lin Chong oyó hablar de un rico terrateniente local llamado Chai Jin, conocido como “el pequeño torbellino”, descendiente del emperador Chai Rong de la dinastía Zhou. Aunque retirado, era generoso y amigo de los hombres justos, incluso con convictos desterrados.

–¿Dónde vive el Señor Chai? –preguntó Lin Chong.

–A dos o tres li de aquí, junto al puente de piedra, donde el camino gira, verás su mansión –respondió el posadero.

Lin Chong agradeció la información y, junto con los agentes, se dirigió hacia la residencia.